Fanfic: una mujer inocente -vondy

Dulce apretó las uñas de forma compulsiva contra el dobladillo de su falda nada exagerada. Quizá pensara que parecía una cualquiera por sus amargos prejuicios contra ella.

Su fotografía había sido difundida en primera página del Time el verano anterior. Berganza, el multimillonario boliviano, enemigo de la corrupción, defensor de los débiles. Berganza, el gran filántropo, descendiente directo de la nobleza castellana, cuyos antepasados habían llegado en el siglo dieciséis. El periodista se había enfrascado encantado a relatar su larga línea de antepasados ilustres.

Dulce había sentido suficiente curiosidad como para devorar las fotografías primero. El era muy alto, pero no dominaba por su altura, sino por la fuerza de su presencia física. Un asombroso y atractivo macho que poseía un devastador e innegable carisma. Su magnífica estructura ósea haría volver la cabeza a las mujeres incluso dentro de treinta años.

Dulce examinó sus rasgos dorados, notando la asombrosa simetría de la amplia frente, la arrogante nariz y los pómulos salvajemente altos. Desearía poder exorcizarlo como había hecho con sus fotos al quemar la revista en una descarga de odio. Apretó los voluptuosos labios por la intensidad de las emociones.

Un segundo más tarde, volvió a abrirlos de par en par al contemplar como «el enemigo de la corrupción» sacaba un puñado de billetes y los ponía en la mano del policía. Le estaba sobornando. A pesar de que Dulce nunca le había considerado un santo, como le calificaba la prensa latinoamericana, se quedó asombrada al ver los billetes cambiar de manos.

Entonces se abrió la puerta de la celda y Christopher entró en ella. Puso gesto de disgusto mientras recogía la manta y se la pasaba por los hombros.

-Estuve a punto de no venir -admitió sin remordimiento.

Su fluido y sensual acento le produjo escalofríos por la espalda aumentando la tensión.

-Entonces no me molestaré en darte las gracias -replicó ella furiosa porque creyera necesario taparla con aquella manta y por tener que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo.

Pero bajo su respuesta yacía un amargo resentimiento y dolor que estaba resuelta a ocultar.

-Si no fuera por mi hermana, te hubiera dejado aquí. Hubiera sido una experiencia muy beneficiosa para tu carácter.

-¡Odioso bastardo! -perdió el control Dulce por fin-. ¡Me han robado, asaltado y encerrado en una celda!

-Y ahora estás muy a punto de que te den un buen azote, porque si no tolero que ningún hombre me falte tanto al respeto, ¿Cómo voy a tolerarlo de una simple mujer?

Con las mejillas ardientes por la furia, Dulce prácticamente saltó fuera de la celda. «Una simple mujer». ¿Cómo se habría imaginado en otro tiempo que estaba enamorada de Christopher Rodríguez Berganza? No, no había sido amor, se dijo con furia. Había sido pura lascivia, pero a los diecinueve años no había podido admitir esa realidad.

Christopher plantó un mano en su estrecha cintura y la condujo por el corredor y ella se sintió demasiado aturdida por la profunda rabia que vio en sus oscuros ojos como para objetar nada. De acuerdo, debía haber sido una molestia para él tener que sacarla de una celda a las ocho de la mañana, pero era una situación desesperada y, seguramente, hasta un egocéntrico como él debía de reconocerlo.

En el exterior, la luz era cegadora, pero le desorientó la multitud de gente que rodeaba los dos Range Rovers que los esperaban. Con un ligero suspiro de irritación, Christopher plantó de repente las dos manos alrededor de su cintura, la alzó del suelo y la sentó en el asiento del pasajero del primer vehículo. Entonces se volvió hacia su extasiada audiencia.

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